Pasé
cinco días ahí, esperando la hora de mi muerte. Estaba tan asustado que no
podía hacer otra cosa que temblar y llorar, pero en parte sentí un gran alivio.
Al fin dejaría de sufrir en este mundo que parecía odiarme tanto. Abriría los
brazos a la muerte y no mostraría mi miedo a nadie. Pero al quinto día sucedió
algo extraño.
Eran
altas horas de la noche, y yo seguía sin poder dormir. La luna brillaba en el
cielo, o eso me parecía ver por el hueco que daba al exterior. Me levanté
tembloroso, lentamente, cuando escuché un susurró, debía ser el viento y sin
embargo había escuchado claramente mi nombre. Antes de que me pudiera dar
cuenta, una niebla densa empezó a entrar por el ventanuco y llenaba mi celda
haciendo que mi visión fuera cada vez menor. Se movía en torno a mí, como si
estuviera viva, y parecía casi como si me estuviera tocando. En aquel momento
escuché con total claridad una voz de mujer.
-¿Tú
eres Drake Menrray? Te sacare de aquí.- Dijo con un susurro completamente nítido.
No me lo podía creer, nadie en el mundo de los
mortales sabia de mi existencia, había permanecido toda mi vida en las sombras,
como si estuviera muerto para todo el mundo, sin embargo esa niebla conocía mi
nombre y mi apellido. No sabía cómo reaccionar, aunque tampoco tuve mucho
tiempo para ello, antes de que me diera cuenta la niebla me envolvía
completamente, pero solo a mi alrededor como si fuera una manta. Tal era su
densidad que no fui capaz de ver nada a través de ella. Sentí un movimiento que
me arrastraba, como si yo mismo fuera parte de aquella niebla. Cuando se disipó
y recuperé la visión estaba viendo el cielo despejado. No sabía por qué ni cómo
pero aquello me acababa de liberar de mi prisión. Miré a mi alrededor hasta que
volví a encontrar la niebla salvadora, que en aquel momento estaba
concentrándose en un solo punto, tomando poco a poco una forma humana.
Finalmente se transformó en una mujer, era preciosa. Pero puede que solo lo
creyera debido a las pocas mujeres que había visto… en realidad era la única si
no contamos a mi madre y a algunas que mi padre solía traer a casa para pasar
la noche con ellas, solo las pude ver de refilón
a través de la cerradura de la puerta del sótano. Fuera por la razón que fuera,
me pareció la visión más hermosa que había tenido en mi vida. Era una chica un
poco más baja que yo, con el pelo de un negro muy oscuro que llegaba hasta
cubrirle los hombros que llevaba al descubierto. Pero lo más hermoso de aquella
mujer eran sus ojos, los más grandes y profundos que pudiera haber imaginado,
podías perderte en ellos con gran facilidad, el blanco más puro envolvía un
iris marrón claro con una pupila ligeramente alargada, tenía cierta semejanza a
la mirada de un gato. Tardé unos segundos en poder dejar de mantener mi mirada
fija en la suya. Seguí observándola, asimilándola por completo. Llevaba una
ropa muy provocativa, aunque en ese momento pensé que sería una indumentaria de
lo más corriente, una falda excesivamente corta, hasta medio muslo, lisa y
negra, acompañada de un corsé rojo con flores negras que hacia destacar sus
pechos que, aunque no eran muy abundantes, parecían desbordarlo. Bajo su falda
llevaba unas medias deshiladas y con zonas que exhibían carne al descubierto.
Su piel era de un pálido excesivo, como el de un muerto, aunque yo pensaba que
era al contrastar el color de su piel con toda su ropa negra.
-¿Quién
eres?- Estaba lleno de intriga, mi vida estaba acabada y ella acababa de
devolvérmela sin siquiera conocerla.
-Mi
nombre es Kuroi Bara. Ven conmigo, yo te pondré a salvo si me sigues.
Asentí
sin pensarlo dos veces, de pronto quería aferrarme a la vida y aquella mujer
era el clavo ardiente al que debía mantenerme sujeto pasara lo que pasara. Ella
me respondió con una sonrisa e inclinó la cabeza mostrándome la dirección,
antes de correr lo bastante rápido para que nadie nos descubriera.
Si
alguien me preguntara no sería capaz de decirle cual era el camino por el que
íbamos, ocurría todo demasiado deprisa. Solo tengo conciencia de las ramas
rozándome la cara, ni siquiera había camino, fuimos entre arboles y saltando
troncos del suelo. Finalmente salimos del bosque, no tardamos mucho. Me limpié
los hombros, correr por un bosque era una experiencia nueva para mí, y después
miré hacia adelante. Estábamos frente a una mansión bastante antigua. Los
hierros de la verja estaban oxidados y la puerta medio caída chirriaba con el
vaivén del viento. No había ninguna luz, a excepción de la luna, así que solo
pude distinguir la silueta de aquella inmensa casa, más grande aún que en la
que había habitado todo ese tiempo. Aún así se distinguía que tenía cuatro
pisos, a excepción de cuatro torres en las esquinas que tendrían un piso más. Las paredes parecían estar hechas de
madera, porque las tablas superpuestas alteraban la silueta, pero tampoco me
detuve más, Kuroi me indicó que aquella era su casa.
Entramos asegurándonos de que nadie nos había
visto, yo supuse que era porque a partir de aquel día yo era un proscrito. Se
adelantó sin que me diera cuenta y encendió unas velas para alumbrarme el
camino. La mansión era muy tétrica, las paredes con tonos muy oscuros, llenas de telaraña y algunos murciélagos
colgando del techo. Lo que más me llamo la atención era que todas las ventanas
estaban tapiadas para impedir que el más mínimo rayo de luz entrara en la casa,
ni siquiera la de la luna, lo que le daba aún más oscuridad. Fui consciente de
que cada vez que encendía una vela todo su cuerpo temblaba. En ese entonces no
entendía nada de lo que estaba ocurriendo.
Después
de enseñarme gran parte de la casa acabamos en la habitación más grande, aunque
solo estaba amueblada por una chimenea, un sofá, un par de butacones y una mesa
a un extremo. Las paredes tenían algunos cuadros tan cubiertos de polvo que
parecía imposible reconocer que había retratado en ellos. Se sentó en el sofá,
era de madera oscura con unos almohadones rojos tan sucios que cuando se dejo
caer salió una ligera nube gris. Me había dejado en la puerta del salón y yo no
sabía cómo reaccionar ni que debía hacer. Ella había quedado de espaldas a mí,
alzó ligeramente su mano derecha y con un dedo me indicó que fuera hacia allí.
Rodeé lentamente el sofá, sin poder dejar de mirarla a esos profundos ojos. Su
postura era muy atrayente, estaba inclinada hacia un lado pero se acercó hacia
mí cuando estuve delante para que fuera capaz de ver más su escote, al sentarse
la minúscula falda se le había descolocado dejando entrever lo que había
debajo, no llevaba nada para cubrirse, y entre susurros me dijo que me pusiera
cómodo acariciando suavemente un cojín a su lado. Para mí, que había pasado
todo ese tiempo encerrado, era completamente imposible comprender todos los
mensajes que aquella mujer me estaba mandando, pero sí entendía que debía
sentarme en ese sofá. Me dejé caer en el punto exacto que me había indicado y
ella se abrazó a mí, frotando todo su cuerpo con el mío mientras yo me mantenía
quieto, inmóvil, tan inocente como chiquillo recién nacido, aunque mi cuerpo
estaba teniendo experiencias completamente desconocidas. Pasados unos segundos
lo culminó todo. Me miró directamente a los ojos, a apenas unos centímetros de
distancia de mi cara, dejando que notara su respiración acariciándome los
labios. Aquella mirada penetrante fue inolvidable, me había perdido en ella, y
nada más importaba. Lentamente, acerco sus labios a los míos, muy lentamente,
dejando que mi ansia aumentara cada segundo. Yo no entendía nada, pero cada
segundo se me hacía eterno, esperaba algo y no sabía que era, no supe cómo
reaccionar pero ella actuó por mí tomando la iniciativa. Hizo que nuestras
bocas se juntaran, sentía sus labios helados junto a los míos, era algo húmedo
pero muy agradable, habíamos comenzamos a besarnos.
Dios,
el destino al fin me sonreía. Tras diecisiete años de tortura ahora estaba en
el paraíso, ni en mis más maravillosos sueños habría imaginado algo tan
sublime, el mundo a nuestro alrededor había desaparecido, todo el dolor que
había pasado hasta entonces se había esfumado, perdido en el tiempo. En el
mundo en que me encontraba en aquel momento no había cabida para todo eso.
Quizá
me ocurre todo por ser demasiado confiado.
De pronto todo ese mundo fantástico se volvió
oscuro, aquel lugar lleno de color en que creía encontrarme se convirtió en un
mundo color sangre. Me agarró la nuca, con una fuerza que nunca habría
imaginado, para que no pudiera moverla. El beso empezaba a ser más apasionado,
más potente, ya no poseía esa magia sino un huracán de deseo. En ese momento
fui notando como unos afilados colmillos se me clavaban en el labio, partiendo
la piel y abriéndola para que empezara a liberar mi sangre y sentía que la iba
perdiendo toda poco a poco, muy lentamente. La agonía se estaba haciendo eterna
y yo no podía hacer nada para impedirlo, estaba completamente inmóvil, después
de todo sí que iba a morir. La sangre dejó de fluir y sentí como mi vida se me
escapaba entre los dedos, al menos había sido un final muy dulce.
Durante
unos segundos estuve muerto, crucé la frontera que diferencia ambos mundos, de
hecho mi alma se quedo encerrada allí para nunca regresar conmigo. Llegué a ver
las puertas del otro lado, tras tanto sufrimiento iba a ir a un lugar mejor.
Ojalá pudiera deciros lo que hay más allá, resolver las dudas que tanto han
asolado este mundo, pero no llegué a atravesarlas. Por desgracia para mí, sentí
como volvía a correr sangre por mis venas… no era mi sangre. Desperté
sobresaltado, en cuanto noté que seguía en este mundo. Lo primero que vi fue a
Kuroi Bara tapándose la herida por la que me había dado de beber su propia
sangre, así culmina el ritual, así es como se crea un nuevo vampiro.
La
persona que crea a un vampiro tiene la obligación de cuidarle y adiestrarle
hasta que sea mayor de edad dentro de la comunidad vampírica, porque en la
mortal ya nadie notará la diferencia, una vez que te muerden casi todo tu
cuerpo está realmente muerto, eres un cadáver más bonito de lo que eras en vida.
Llevo con ese aspecto desde que morí, pelo largo hasta algo más de los hombros
y casi siempre alborotado, eso aun tengo el derecho a cambiarlo. Nunca fui muy
alto, mido aproximadamente metro ochenta, pero no lo sé con exactitud… curioso…
trescientos años y nunca me he medido en condiciones. Tengo unos ojos marrones,
no tienen nada especial, son muy comunes, solo son unos ojos corrientes. No
puedo destacar mucho más de mi rostro, pero los autorretratos nunca fueron mi
fuerte. Mi cuerpo también carece de detalles especiales, soy delgado pero con
músculos, algo tenía que hacer en la casa todo el día así que me fortalecí
bastante, pero la mejor parte la tengo por herencia vampira. No puedo decir que
fuera muy atractivo pero cuando te muerden aumenta el atractivo físico con
creces, una virtud que la evolución nos ha proporcionado para que sea más fácil
atraer a jóvenes incautas.
Ese
día Kuroi mi maestra, podría decirse que era una especie de madre para mí, fue
quien me creó. Pero no fue la clase de maestra que yo esperaba, o que
cualquiera hubiera deseado. No me convirtió en lo que soy porque me tuviera
cariño, en ese caso habría cogido a cualquier otro, tampoco lo hizo como un
acto heroico rescatando a un pobre a punto de ser ejecutado. Nada de eso
formaba parte de su estilo. Lo hizo porque buscaba a alguien que hubiera pasado
una vida horrible, una persona a la que la vida le hubiera privado de todo lo
que es necesario para sentirse vivo, alguien que deseara la muerte con toda su
alma para hacerle inmortal.
o_O ayer no me enteré que ya lo habías subido...
ResponderEliminarMe gusta mucho como te está quedando todo, sé que siempre digo lo mismo... pero ya sabes que me encanta como escribes y tus historias^^
Mi amiga Marce lo ha leído y no le dejaba comentar, así que me copió su comentario, te lo dejo aquí xD
ResponderEliminar"Mucho, muchísimio mejor!!! Felicidades!!!"