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viernes, 9 de diciembre de 2011

Vampiro: Prologo (Parte 2)


Pasé cinco días ahí, esperando la hora de mi muerte. Estaba tan asustado que no podía hacer otra cosa que temblar y llorar, pero en parte sentí un gran alivio. Al fin dejaría de sufrir en este mundo que parecía odiarme tanto. Abriría los brazos a la muerte y no mostraría mi miedo a nadie. Pero al quinto día sucedió algo extraño. 

Eran altas horas de la noche, y yo seguía sin poder dormir. La luna brillaba en el cielo, o eso me parecía ver por el hueco que daba al exterior. Me levanté tembloroso, lentamente, cuando escuché un susurró, debía ser el viento y sin embargo había escuchado claramente mi nombre. Antes de que me pudiera dar cuenta, una niebla densa empezó a entrar por el ventanuco y llenaba mi celda haciendo que mi visión fuera cada vez menor. Se movía en torno a mí, como si estuviera viva, y parecía casi como si me estuviera tocando. En aquel momento escuché con total claridad una voz de mujer.

-¿Tú eres Drake Menrray? Te sacare de aquí.- Dijo con un susurro completamente nítido.

 No me lo podía creer, nadie en el mundo de los mortales sabia de mi existencia, había permanecido toda mi vida en las sombras, como si estuviera muerto para todo el mundo, sin embargo esa niebla conocía mi nombre y mi apellido. No sabía cómo reaccionar, aunque tampoco tuve mucho tiempo para ello, antes de que me diera cuenta la niebla me envolvía completamente, pero solo a mi alrededor como si fuera una manta. Tal era su densidad que no fui capaz de ver nada a través de ella. Sentí un movimiento que me arrastraba, como si yo mismo fuera parte de aquella niebla. Cuando se disipó y recuperé la visión estaba viendo el cielo despejado. No sabía por qué ni cómo pero aquello me acababa de liberar de mi prisión. Miré a mi alrededor hasta que volví a encontrar la niebla salvadora, que en aquel momento estaba concentrándose en un solo punto, tomando poco a poco una forma humana. Finalmente se transformó en una mujer, era preciosa. Pero puede que solo lo creyera debido a las pocas mujeres que había visto… en realidad era la única si no contamos a mi madre y a algunas que mi padre solía traer a casa para pasar la noche con ellas, solo las pude ver de refilón a través de la cerradura de la puerta del sótano. Fuera por la razón que fuera, me pareció la visión más hermosa que había tenido en mi vida. Era una chica un poco más baja que yo, con el pelo de un negro muy oscuro que llegaba hasta cubrirle los hombros que llevaba al descubierto. Pero lo más hermoso de aquella mujer eran sus ojos, los más grandes y profundos que pudiera haber imaginado, podías perderte en ellos con gran facilidad, el blanco más puro envolvía un iris marrón claro con una pupila ligeramente alargada, tenía cierta semejanza a la mirada de un gato. Tardé unos segundos en poder dejar de mantener mi mirada fija en la suya. Seguí observándola, asimilándola por completo. Llevaba una ropa muy provocativa, aunque en ese momento pensé que sería una indumentaria de lo más corriente, una falda excesivamente corta, hasta medio muslo, lisa y negra, acompañada de un corsé rojo con flores negras que hacia destacar sus pechos que, aunque no eran muy abundantes, parecían desbordarlo. Bajo su falda llevaba unas medias deshiladas y con zonas que exhibían carne al descubierto. Su piel era de un pálido excesivo, como el de un muerto, aunque yo pensaba que era al contrastar el color de su piel con toda su ropa negra. 

-¿Quién eres?- Estaba lleno de intriga, mi vida estaba acabada y ella acababa de devolvérmela sin siquiera conocerla.

-Mi nombre es Kuroi Bara. Ven conmigo, yo te pondré a salvo si me sigues.

Asentí sin pensarlo dos veces, de pronto quería aferrarme a la vida y aquella mujer era el clavo ardiente al que debía mantenerme sujeto pasara lo que pasara. Ella me respondió con una sonrisa e inclinó la cabeza mostrándome la dirección, antes de correr lo bastante rápido para que nadie nos descubriera.

Si alguien me preguntara no sería capaz de decirle cual era el camino por el que íbamos, ocurría todo demasiado deprisa. Solo tengo conciencia de las ramas rozándome la cara, ni siquiera había camino, fuimos entre arboles y saltando troncos del suelo. Finalmente salimos del bosque, no tardamos mucho. Me limpié los hombros, correr por un bosque era una experiencia nueva para mí, y después miré hacia adelante. Estábamos frente a una mansión bastante antigua. Los hierros de la verja estaban oxidados y la puerta medio caída chirriaba con el vaivén del viento. No había ninguna luz, a excepción de la luna, así que solo pude distinguir la silueta de aquella inmensa casa, más grande aún que en la que había habitado todo ese tiempo. Aún así se distinguía que tenía cuatro pisos, a excepción de cuatro torres en las esquinas que tendrían un piso más. Las paredes parecían estar hechas de madera, porque las tablas superpuestas alteraban la silueta, pero tampoco me detuve más, Kuroi me indicó que aquella era su casa.

 Entramos asegurándonos de que nadie nos había visto, yo supuse que era porque a partir de aquel día yo era un proscrito. Se adelantó sin que me diera cuenta y encendió unas velas para alumbrarme el camino. La mansión era muy tétrica, las paredes con tonos muy oscuros,  llenas de telaraña y algunos murciélagos colgando del techo. Lo que más me llamo la atención era que todas las ventanas estaban tapiadas para impedir que el más mínimo rayo de luz entrara en la casa, ni siquiera la de la luna, lo que le daba aún más oscuridad. Fui consciente de que cada vez que encendía una vela todo su cuerpo temblaba. En ese entonces no entendía nada de lo que estaba ocurriendo.

Después de enseñarme gran parte de la casa acabamos en la habitación más grande, aunque solo estaba amueblada por una chimenea, un sofá, un par de butacones y una mesa a un extremo. Las paredes tenían algunos cuadros tan cubiertos de polvo que parecía imposible reconocer que había retratado en ellos. Se sentó en el sofá, era de madera oscura con unos almohadones rojos tan sucios que cuando se dejo caer salió una ligera nube gris. Me había dejado en la puerta del salón y yo no sabía cómo reaccionar ni que debía hacer. Ella había quedado de espaldas a mí, alzó ligeramente su mano derecha y con un dedo me indicó que fuera hacia allí. Rodeé lentamente el sofá, sin poder dejar de mirarla a esos profundos ojos. Su postura era muy atrayente, estaba inclinada hacia un lado pero se acercó hacia mí cuando estuve delante para que fuera capaz de ver más su escote, al sentarse la minúscula falda se le había descolocado dejando entrever lo que había debajo, no llevaba nada para cubrirse, y entre susurros me dijo que me pusiera cómodo acariciando suavemente un cojín a su lado. Para mí, que había pasado todo ese tiempo encerrado, era completamente imposible comprender todos los mensajes que aquella mujer me estaba mandando, pero sí entendía que debía sentarme en ese sofá. Me dejé caer en el punto exacto que me había indicado y ella se abrazó a mí, frotando todo su cuerpo con el mío mientras yo me mantenía quieto, inmóvil, tan inocente como chiquillo recién nacido, aunque mi cuerpo estaba teniendo experiencias completamente desconocidas. Pasados unos segundos lo culminó todo. Me miró directamente a los ojos, a apenas unos centímetros de distancia de mi cara, dejando que notara su respiración acariciándome los labios. Aquella mirada penetrante fue inolvidable, me había perdido en ella, y nada más importaba. Lentamente, acerco sus labios a los míos, muy lentamente, dejando que mi ansia aumentara cada segundo. Yo no entendía nada, pero cada segundo se me hacía eterno, esperaba algo y no sabía que era, no supe cómo reaccionar pero ella actuó por mí tomando la iniciativa. Hizo que nuestras bocas se juntaran, sentía sus labios helados junto a los míos, era algo húmedo pero muy agradable, habíamos comenzamos a besarnos. 

Dios, el destino al fin me sonreía. Tras diecisiete años de tortura ahora estaba en el paraíso, ni en mis más maravillosos sueños habría imaginado algo tan sublime, el mundo a nuestro alrededor había desaparecido, todo el dolor que había pasado hasta entonces se había esfumado, perdido en el tiempo. En el mundo en que me encontraba en aquel momento no había cabida para todo eso.

Quizá me ocurre todo por ser demasiado confiado.

 De pronto todo ese mundo fantástico se volvió oscuro, aquel lugar lleno de color en que creía encontrarme se convirtió en un mundo color sangre. Me agarró la nuca, con una fuerza que nunca habría imaginado, para que no pudiera moverla. El beso empezaba a ser más apasionado, más potente, ya no poseía esa magia sino un huracán de deseo. En ese momento fui notando como unos afilados colmillos se me clavaban en el labio, partiendo la piel y abriéndola para que empezara a liberar mi sangre y sentía que la iba perdiendo toda poco a poco, muy lentamente. La agonía se estaba haciendo eterna y yo no podía hacer nada para impedirlo, estaba completamente inmóvil, después de todo sí que iba a morir. La sangre dejó de fluir y sentí como mi vida se me escapaba entre los dedos, al menos había sido un final muy dulce. 

Durante unos segundos estuve muerto, crucé la frontera que diferencia ambos mundos, de hecho mi alma se quedo encerrada allí para nunca regresar conmigo. Llegué a ver las puertas del otro lado, tras tanto sufrimiento iba a ir a un lugar mejor. Ojalá pudiera deciros lo que hay más allá, resolver las dudas que tanto han asolado este mundo, pero no llegué a atravesarlas. Por desgracia para mí, sentí como volvía a correr sangre por mis venas… no era mi sangre. Desperté sobresaltado, en cuanto noté que seguía en este mundo. Lo primero que vi fue a Kuroi Bara tapándose la herida por la que me había dado de beber su propia sangre, así culmina el ritual, así es como se crea un nuevo vampiro.

La persona que crea a un vampiro tiene la obligación de cuidarle y adiestrarle hasta que sea mayor de edad dentro de la comunidad vampírica, porque en la mortal ya nadie notará la diferencia, una vez que te muerden casi todo tu cuerpo está realmente muerto, eres un cadáver más bonito de lo que eras en vida. Llevo con ese aspecto desde que morí, pelo largo hasta algo más de los hombros y casi siempre alborotado, eso aun tengo el derecho a cambiarlo. Nunca fui muy alto, mido aproximadamente metro ochenta, pero no lo sé con exactitud… curioso… trescientos años y nunca me he medido en condiciones. Tengo unos ojos marrones, no tienen nada especial, son muy comunes, solo son unos ojos corrientes. No puedo destacar mucho más de mi rostro, pero los autorretratos nunca fueron mi fuerte. Mi cuerpo también carece de detalles especiales, soy delgado pero con músculos, algo tenía que hacer en la casa todo el día así que me fortalecí bastante, pero la mejor parte la tengo por herencia vampira. No puedo decir que fuera muy atractivo pero cuando te muerden aumenta el atractivo físico con creces, una virtud que la evolución nos ha proporcionado para que sea más fácil atraer a jóvenes incautas.
Ese día Kuroi mi maestra, podría decirse que era una especie de madre para mí, fue quien me creó. Pero no fue la clase de maestra que yo esperaba, o que cualquiera hubiera deseado. No me convirtió en lo que soy porque me tuviera cariño, en ese caso habría cogido a cualquier otro, tampoco lo hizo como un acto heroico rescatando a un pobre a punto de ser ejecutado. Nada de eso formaba parte de su estilo. Lo hizo porque buscaba a alguien que hubiera pasado una vida horrible, una persona a la que la vida le hubiera privado de todo lo que es necesario para sentirse vivo, alguien que deseara la muerte con toda su alma para hacerle inmortal.








2 comentarios:

  1. o_O ayer no me enteré que ya lo habías subido...

    Me gusta mucho como te está quedando todo, sé que siempre digo lo mismo... pero ya sabes que me encanta como escribes y tus historias^^

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  2. Mi amiga Marce lo ha leído y no le dejaba comentar, así que me copió su comentario, te lo dejo aquí xD

    "Mucho, muchísimio mejor!!! Felicidades!!!"

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